Intervenciones Parlamentarias de Jorge Fernández

miércoles, 28 de abril de 2010

Pleno del Congreso de los Diputados, 28 de abril de 2010

PREGUNTA DEL DIPUTADO DON JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ, DEL GRUPO PARLAMENTARIO POPULAR EN EL CONGRESO, QUE FORMULA AL SEÑOR MINISTRO DE FOMENTO: ¿CUÁLES SON LAS PREVISIONES DEL GOBIERNO RESPECTO AL ANUNCIO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UN TÚNEL DE RENFE-CERCANÍAS BAJO LA AVENIDA DIAGONAL DE BARCELONA?

La señora VICEPRESIDENTA: Pregunta del diputado señor Fernández Díaz.

El señor FERNÁNDEZ DÍAZ: En todo caso, señor Blanco, el señor Naseiro fue cesado por el Partido Popular. Ustedes nombran a esas personas para cargos públicos, como ha señalado mi compañero.
Señor ministro, usted sabe que en los próximos días el Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado una consulta -en este caso no es soberanista precisamente, pero es muy importante-, relativa a una posible remodelación de una de las arterias más importantes de la ciudad de Barcelona, la Avenida Diagonal. La alternativa que se plantea desde el Ayuntamiento de Barcelona, en conjunción con el tripartito que gobierna la Generalidad de Cataluña, consiste en un tranvía de superficie que modificaría totalmente esa importantísima arteria de la ciudad condal, uniendo la zona universitaria, el trambaix, con la Plaza de las Glorias, el trambesòs. Hasta ahora se consideraba que no era posible una alternativa del tipo de un túnel bajo la Avenida Diagonal por razones técnicas. Sin embargo, usted, el pasado 27 de noviembre en Barcelona, sorpresivamente hizo una apuesta muy potente, en mi opinión y en opinión de muchos, por el transporte público en Barcelona, pero bajo la Avenida Diagonal, anunciando la construcción de un túnel de cercanías que uniría la línea de Cercanías que va a conectar Castelldefels con Cornellà y esta con la zona universitaria. A la vista de ese anuncio suyo, que modifica sensiblemente el planteamiento que hasta ahora se había formulado en relación con esta cuestión, donde se decía rotundamente que no había más alternativa que el tranvía de superficie en una de sus dos modalidades, o bulevar o rambla, le pido que concrete usted ese anuncio que hizo en Barcelona el pasado 27 de noviembre.
Gracias.

La señora VICEPRESIDENTA: Gracias, señor Fernández.
Señor ministro.

El señor MINISTRO DE FOMENTO (Blanco López): Sí, a pesar de lo que dijo su compañero antes, yo soy una persona de firmes convicciones. Por eso le diré que en breve comenzaremos los estudios para la ejecución de un tercer túnel de cercanías de acceso a Barcelona por la Diagonal. Unos estudios cuyas determinaciones consensuaremos con el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya. (Aplausos.)

La señora VICEPRESIDENTA: Gracias, señor ministro.
Señor Fernández Díaz.

El señor FERNÁNDEZ DÍAZ: Señor ministro, este anuncio de usted rompe, insisto, desde nuestro punto de vista positivamente, con lo que había sido la doctrina oficial, que era que no podía haber transporte subterráneo por la Diagonal. De tal suerte que lo que van a votar los barceloneses, que están convocados a la urnas del día 10 al 16 de mayo, son dos opciones, tranvía de superficie, opción bulevar; tranvía de superficie, opción rambla, porque el alcalde y la Generalidad han dicho que no puede haber un tranvía subterráneo. Usted, con este anuncio, rompe esa posibilidad, rompe esa alternativa y dice que puede haber -y nosotros estamos de acuerdo- un transporte subterráneo. En ese sentido, yo le agradecería que me contestara si usted considera que ese transporte subterráneo puede hacer las veces que se pretende que haga el tranvía de superficie, modificando simplemente que de tres paradas pase a seis...

La señora VICEPRESIDENTA: Lo siento, señor Fernández Díaz, se ha quedado sin tiempo. Señor ministro.

El señor MINISTRO DE FOMENTO (Blanco López): Señor Fernández Díaz, le agradezco que reconozcan que, al menos, una decisión tomamos bien. El Gobierno va a invertir en el ámbito del Plan de Cercanías de Barcelona más de 4.000 millones de euros. Un plan que vamos a ampliar con el nuevo acceso, reitero, de las cercanías a la ciudad por la Diagonal. Antes de final de año vamos a licitar un estudio funcional para analizar las alternativas y realizar los estudios de tráfico necesarios para su ejecución. Reitero que trabajaremos coordinadamente con el ayuntamiento y la Generalitat. En el estudio consideraremos las actuaciones planificadas por el Ayuntamiento de Barcelona para la mejora de la movilidad en la Avenida Diagonal, porque es perfectamente compatible, a nuestro juicio, la prestación del servicio de cercanías y regionales por un nuevo túnel con el transporte público urbano en superficie con el tranvía, como podemos ver en muchas de las grandes ciudades europeas, donde compatibilizan los servicios de cercanías y un servicio en superficie como es el tranvía. Y ello, señorías, lo quiero ratificar. Esto demuestra, además, el compromiso que tenemos con la movilidad en las grandes áreas de nuestro país donde hay una mayor densidad de población. En este año hemos presentado tres planes de cercanías, en concreto el de Barcelona, el de Madrid y el de la Comunidad Valenciana, y me dispongo a hacer lo mismo en Sevilla y en Málaga porque es una apuesta decidida por parte del Gobierno. Ahora sí hay una apuesta decidida, que no tuvieron ustedes en ocho años que gobernaron porque abandonaron a su suerte el plan de Cercanías y las cercanías de Barcelona.

La señora VICEPRESIDENTA: Gracias, señor ministro.

Juan Pablo II, el Papa de la Paz y los Derechos Humanos

Jorge Fernández Díaz
Vicepresidente Tercero del Congreso de los Diputados

Congreso Mundial Universitario “Juan Pablo II Magno”
Universidad Católica San Antonio
Murcia, 15 de abril de 2010



Eminentísimo Señor Cardenal don Antonio Cañizares, Presidente del “Congreso Mundial Universitario “Juan Pablo II Magno”,

Excelentísimo Señor Presidente de la Universidad Católica San Antonio de Murcia, don José Luis Mendoza,

Señor moderador de esta Mesa, don Joaquín Guerrero, Vicerrector de Ordenación Académica,

Señoras y Señores,

Representa para mi un gran honor y una especial satisfacción poder corresponder a la invitación efectuada por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, para participar en este Congreso Mundial, centrado en la figura de, sin duda, uno de los Sumos Pontífices más “grandes” de la historia de la Iglesia, de ahí lo acertado del título que se ha querido poner a este acontecimiento académico: “Juan Pablo II, Magno”.

Me ha sido asignado, por la dirección de este Congreso, el tema “Juan Pablo II, el Papa de la paz y de los derechos humanos”. Tema éste tan sugestivo como -en la práctica-, inabarcable si, ingenuamente, pretendiéramos abordarlo de manera exhaustiva. Por ese motivo, en el breve tiempo del que dispongo, me propongo tratar, de forma esquemática, lo más sobresaliente de la doctrina del Papa Juan Pablo II en lo referente a los Derechos Humanos y a la Paz, así como –me lo van a permitir-, algunas reflexiones propias nacidas de mi experiencia profesional en el mundo de la política.


a.- Derechos Humanos


Juan Pablo II, en su último discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la Santa Sede, el 10 de enero de 2005, presentó los principales desafíos de la humanidad en esos momentos y que siguen plenamente vigentes.

Estos desafíos son: la vida, el pan, la paz y la libertad. Estos cuatro desafíos planteados por Juan Pablo II son constantes. Podríamos decir que son los pilares de la diplomacia pontificia y lo fueron del magisterio del Papa desde su elección. Aparecen siempre, como ideas fuerza en los documentos magisteriales que han marcado su pontificado: “Evangelium vitae”, “Sollicitudo rei sociales”, “Redemptor hominis”…

Esta denuncia del Pontífice se entronca con la implacable defensa de los Derechos Humanos que ha llevado siempre a cabo la Santa Sede. Compromiso ético y social que ha asumido la defensa de la dignidad de la persona, la promoción de la diversidad cultural de los pueblos y el impulso de la moral personal y de la justicia social.

Sin ánimo de ser exhaustivo ni de solaparme con intervenciones anteriores, quisiera recordar, por muy significativo, el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año 1999, en el que Juan Pablo II resaltaba algunos de los Derechos Humanos más expuestos a violaciones.

En este Mensaje, el Papa recuerda que los derechos humanos son universales e indivisibles y que su respeto y su promoción se refieren a todas las personas y en todas las fases de la vida del ser humano: “cuando se acepta sin reaccionar la violación de uno cualquiera de los derechos humanos fundamentales, todos los demás están en peligro”.

Con ocasión, en ese año, del 50 Aniversario de la Declaración Universal de los Derecho Humanos, el Papa hace un repaso de algunos de esos derechos más amenazados, pero siempre recordando que ese documento de la ONU “reconoce los derechos que proclama, pero no los otorga, puesto que estos derechos son inherentes a la persona humana y a su dignidad”, “todos los seres humanos, sin excepción, son iguales en dignidad. Por la misma razón, tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social, económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la sociedad”.

El primer derecho que considera el mensaje del Papa es el derecho a la vida. “La vida humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término natural. «No matar» es el mandamiento divino que señala el límite extremo, que nunca es lícito traspasar. La eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral”.

El segundo derecho, que "es como el corazón mismo de los derechos humanos", es la libertad religiosa, la cual incluye "el derecho a manifestar las propias creencias, tanto individualmente como con otros, en público o en privado". Juan Pablo II vuelve a poner en evidencia, además, que "el recurso a la violencia en nombre de la religión es una deformación de las enseñanzas mismas de las principales religiones".

También trata el Papa, en este Mensaje, del derecho a participar en la vida de la propia comunidad, el derecho de las minorías étnicas y nacionales a existir como tales, el derecho a la propia realización por medio de una educación apropiada y la consecución de un nivel digno de vida por medio de un trabajo, la responsabilidad respecto al medio ambiente y el derecho a la paz.

Me van a permitir que me centre en este último: el derecho a la paz, como parte sustantiva de mi intervención.


b.- La Paz.


San Agustín, retórico además de teólogo, nos dice, en su “Ciudad de Dios”, con estas palabras, que “la paz es entre los bienes pasajeros de la tierra, el más dulce de los que se puede hablar, el más deseable que pueda codiciarse y lo mejor que se puede encontrar”.

Sin embargo, la paz es un bien escaso. Juan Pablo II, en el año 2000 recordaba que “durante el siglo que dejamos atrás, la humanidad ha sido duramente probada por una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, ‘limpiezas étnicas’, que han causado indescriptibles sufrimientos: millones y millones de víctimas, familias y países destruidos; multitud de prófugos, miseria, hambre, enfermedades, subdesarrollo y pérdida de ingentes recursos. En la raíz de tanto sufrimiento hay una lógica de violencia, alimentada por el deseo de dominar y de explotar a los demás, por ideologías de poder o de totalitarismo utópico, por nacionalismos exacerbados o antiguos odios tribales” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2000) .

Ante este panorama, en principio desalentador, Juan Pablo II señalaba que “con su espíritu clarividente, Juan XXIII indicó las condiciones esenciales para la paz en cuatro exigencias concretas del ánimo humano: la verdad, la justicia, el amor y la libertad (Pacem in terris, I: l.c., 265-266). La verdad –dijo– será fundamento de la paz cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros. La justicia edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás. El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los otros como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu. Finalmente, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones.

Pero nada de eso será posible si se olvida una realidad fundamental: «La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios » (Pacem in terris, Introd., AAS 55 [1963], 257).

Y así, la paz es un don de Dios confiado a los hombres, nos recordaba Juan Pablo II en 1982, pero “el hombre jamás está dispensado de su responsabilidad de buscarla y de esforzarse por establecerla a través de esfuerzos personales y comunitarios a lo largo de la historia. Por otra parte, la Providencia, en su amor por el hombre, no lo abandona nunca, sino que lo empuja o conduce misteriosamente, aun en las horas más obscuras de la historia, por el camino de la paz”. De esta forma, se ilumina el misterio esencial del mal en el mundo, especialmente en la guerra, en las guerras, que deben ser consideradas como lecciones providenciales, de las cuales el hombre debe sacar las lecciones necesarias para abrir nuevas vías, más racionales y valientes, con el fin de construir la paz.

“La guerra nace en el corazón del hombre. Es el hombre quien mata y no su espada o, como diríamos hoy, sus misiles.

Conviene tener presente, a estos efectos, que el «corazón» en el lenguaje bíblico es lo más profundo de la persona humana, en su relación con el bien y el mal, con los otros, con Dios. No se trata tanto de su afectividad, cuanto más bien de su conciencia, de sus convicciones, del sistema de pensamiento en que se inspiran, así como de las pasiones que implican.

Por ello, el desorden del corazón equivale al de la conciencia y esta conciencia se ve con frecuencia esclavizada por sistemas socio-políticos e ideológicos y que se convierten, a veces, en una especie de idolatría del poder; una forma de esclavitud que quita la libertad a los mismos gobernantes”.

Es preciso, por consiguiente, replantear aquellos sistemas políticos que conducen a un callejón sin salida, congelan el diálogo y el entendimiento, desarrollan la desconfianza, acrecientan la amenaza y el peligro, sin resolver los problemas reales, sin ofrecer verdadera seguridad, sin hacer a los pueblos realmente felices, pacíficos y libre.”.

No es casual que Juan Pablo II quisiera recordar las palabras de Pío XI, pronunciadas en su discurso del 24 de diciembre de 1930 –por tanto, situadas en el periodo de entreguerras, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial-: “no puede haber verdadera paz externa entre los hombres y entre los pueblos donde no hay paz interna, o sea donde el espíritu de paz no se ha posesionado de las inteligencias y de los corazones...; las inteligencias, para reconocer y respetar las razones de la justicia».

Sin duda, Pío XI conocía la razones de fondo que llevarían al fatal desencuentro de 1939, que ahora en Katyn se nos ha recordado y actualizado dramáticamente.


c.- El terrorismo.

Lógicamente, el terrorismo ha estado presente en las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Paz y ha estado presente en su propia vida: el 13 de mayo de 1981, Ali Agca disparaba contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. “Una mano disparó y otra guió la bala”, aseguró después el Papa. “La extraordinaria protección de la Virgen se ha demostrado más fuerte que el proyectil asesino”, declaró en su primera audiencia tras el atentado. Después del 11-S esta denuncia de su magisterio se intensificó notablemente, ante la amenaza del terrorismo islámico.

El terrorismo se basa en el desprecio de la vida del hombre. Precisamente por eso, no sólo comete crímenes intolerables, sino que en sí mismo, en cuanto recurso al terror como estrategia política y económica, es un auténtico crimen contra la humanidad (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2002).

En las enseñanzas de Juan Pablo II sobre el terrorismo hay dos ideas que yo quiero destacar: el terrorismo como “estructura de pecado”•y el terrorismo como “cultura de la muerte”.

1.- El terrorismo es un acto intrínsecamente perverso y que, por tanto, no puede ser nunca justificado por ninguna circunstancia ni por ningún resultado. Es también una “estructura de pecado”. Es decir, : “la suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, y parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar” (Encíclica Sollicitudo rei socialis).

2.- Más en concreto, se pueden aplicar al terrorismo las siguientes afirmaciones de Juan Pablo II, referidas a la “cultura de la muerte”, reiteradamente denunciada por él: el terrorismo es un rostro cruel de la “cultura de la muerte” que desprecia la vida humana por pretender el poder “a cualquier precio” y que coloniza las conciencias instalándose en ellas como si se tratara de un modo normal y humano de ver las cosas.

Estas enseñanza de Juan Pablo II fueron determinantes para la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española “Valoración Moral del Terrorismo en España” de noviembre de 2002, fundamental para la lucha contra ETA.

No podía faltar en las enseñanzas de Juan Pablo II tras el 11-S una especial referencia a que la violencia terrorista es contraria a la fe en Dios y, por tanto, “ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo y, menos aún, predicarlo. Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, hacer, en su nombre, violencia al hombre”.


d.- Tensión entre bloques: “Norte-Sur”; “Este-Oeste”.


Estamos hablando de la paz en Juan Pablo II y, por ello, hemos tenido que referirnos, por contraposición, a las guerras y al terrorismo. Quedaría incompleta esta intervención si no nos refiriéramos a otro aspecto de la geopolítica internacional que cruzó todo el Pontificado de Juan Pablo II, afectando a la Paz y a su magisterio sobre ella: me refiero a la tensión entre bloques, tanto la tensión Norte-Sur como Este-Oeste.

Fue, precisamente, esta una de las prioridades de la acción exterior de la Santa Sede y de las mayores preocupaciones del Pontífice.

El Papa señala que estos “bloques” que dividen y contraponen entre sí a los pueblos, a los grupos y a los individuos, dando como resultado una paz precaria, tiene su origen en un excesivo interés egoísta en el contexto de grupos políticos, ideológicos y económicos opuestos entre sí (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1986).

Denunciaba el Papa que “entre los países que forman el «bloque Norte» y los del «bloque Sur» existe un abismo social y económico que separa a los ricos de los pobres”. La tensión entre el Norte y el Sur “afecta a la vida misma de una gran parte de la humanidad. Se trata del contraste creciente entre países que han tenido la posibilidad de acelerar su desarrollo y de acrecentar sus riquezas, y los países bloqueados en el subdesarrollo. Precisamente aquí hay otra enorme fuente de oposición, de irritación, de rebelión o de miedo, tanto más porque está alimentada por múltiples injusticias” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1984).

En cuanto a la tensión Este-Oste, denunciaba Juan Pablo II que esta tensión tenía un transfondo ideológico y que no afectaba solamente a las relaciones entre las naciones directamente implicadas, sino que marcaba y más bien agravaba muchas otras situaciones difíciles en otras partes del mundo.

Esa tensión Este-Oeste tenía su expresión más gráfica y dolorosa en el Muro de Berlín.

Volveré sobre el Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría más tarde. Permítanme que ahora, tras hablar de la guerra, del terrorismo y la tensión entre los Bloques en el contexto de la paz en las enseñanzas de Juan Pablo II, me refiera a una de sus más importantes aportaciones en este ámbito: la llamada “injerencia humanitaria”.


e.- La “injerencia humanitaria”


Juan Pablo II utilizó por primera vez el término “injerencia humanitaria” en su Alocución a la Conferencia Internacional sobre Alimentación (FAO), el 5 de diciembre de 1992. Los EEUU habían decidido invadir militarmente Somalia para reparar las consecuencias de las hambrunas vividas en ese país. Juan Pablo II, ya desde la Guerra del Golfo y el conflicto de los Balcanes (1991), venía urgiendo la reacción activa de la comunidad internacional ante esos problemas. Frente a la soberanía de los Estados y el principio de no-intervención, el Papa proclama la obligación de intervenir para restaurar los Derechos Humanos. “La injerencia humanitaria, en situaciones que comprometen la supervivencia de los pueblos y de los grupos étnicos, es un deber para las Naciones y para la Comunidad Internacional” (Alocución a la FAO).

Ahonda el Papa en ese concepto en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año 2000: Juan Pablo II sitúa la injerencia humanitaria en el contexto de la necesidad de proporcionar ayuda a la población civil amenazada: "Cuando la población civil corre peligro de sucumbir ante el ataque de un agresor injusto y los esfuerzos políticos y los instrumentos de defensa no violenta no han valido para nada, es legítimo, e incluso obligado, emprender iniciativas concretas para desarmar al agresor". El Papa señala las condiciones para que estas intervenciones sean legítimas: "Estas iniciativas han de estar circunscritas en el tiempo y deben ser concretas en sus objetivos, de modo que estén dirigidas desde el total respeto al derecho internacional, garantizadas por una autoridad reconocida a nivel supranacional y en ningún caso dejadas a la mera lógica de las armas".

Juan Pablo II sugiere que, para definir instrumentos y modalidades eficaces de intervención, "habrá que hacer un mayor y mejor uso de lo que prevé la Carta de las Naciones Unidas", ofreciendo a todos los Estados miembros la misma oportunidad de participar en las decisiones. Se abre aquí un campo de reflexión nuevo para el derecho y la política: "Es necesaria e improrrogable una renovación del derecho internacional y de las instituciones internacionales que tenga su punto de partida en la supremacía del bien de la humanidad y de la persona humana sobre todas las otras cosas y que sea éste el criterio fundamental de organización".

La primacía de la persona justifica también que, en situaciones conflictivas, "se ha de afirmar el valor fundamental del derecho humanitario y, por tanto, el deber de garantizar el derecho a la asistencia humanitaria de los refugiados y de los pueblos que sufren".

¿Cuál es el fundamento último, para la Santa Sede, de este derecho a la injerencia humanitaria? Para Juan Pablo II, la injerencia humanitaria es consecuencia de considerar a toda la humanidad como “una sola familia” y también de considerar que los derechos y la dignidad de las personas están por encima de la pertenencia a una comunidad política, racial o cultural.

Así, el Papa, en el ese mensaje hace hincapié en la unidad del género humano. "Habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia, en la que la dignidad y los derechos de las personas -de cualquier estado, raza o religión- sean reconocidos como anteriores y preeminentes respecto a cualquier diferencia o especificidad". Sin mencionar la palabra "soberanía", el Papa sitúa al bien común de la humanidad sobre el bien particular de una comunidad política, racial o cultural. "La consecución del bien común de una comunidad política no puede ir contra el bien común de toda la humanidad, concretado en el reconocimiento y respeto de los derechos del hombre, sancionados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948".

Estimo destacable que ya en septiembre de 1999, el debate sobre la “injerencia humanitaria” había dividido a la Asamblea General de la ONU. Con la memoria reciente de lo ocurrido en Kosovo y en Timor Oriental, en Naciones Unidas se explicitó la existencia de dos posturas contrapuestas: los defensores de la “injerencia humanitaria” y los “defensores de la soberanía”.

Entre los primeros se encontraban EEUU y los gobiernos europeos. En el bloque contrapuesto, liderado por Rusia y China, se temía que ese nuevo concepto de “injerencia humanitaria” consagrara, en la práctica, el derecho a la “injerencia occidental”.

Sin embargo, aun aceptándose el principio de injerencia humanitaria, el problema de fondo radica en quién determina que un Estado está violando los derechos humanos de sus propios ciudadanos hasta un grado que exige una intervención. La autorización de la intervención correspondería al Consejo de Seguridad de la ONU, donde el derecho de veto paraliza muchas veces las decisiones.

De ahí que la consagración de este principio exigiría, en primer término, una "injerencia" en ese derecho de veto que ejercen de modo soberano los cinco grandes. Propuestas de reforma no faltan. Desde el cambio en la composición del Consejo de Seguridad, ampliando los puestos permanentes a nuevas potencias regionales (Alemania, Japón, India, Brasil...), hasta las modificaciones en el ejercicio del derecho de veto.

Hemos de recordar que la tradición legal insiste en la autonomía de los Estados y en su derecho para usar la fuerza como atributo de su soberanía así como en el principio de no-intervención como regulador de las relaciones internacionales. Se define, en Derecho Internacional, la injerencia como la “intrusión sin título de un Estado o de una Organización internacional en los asuntos de competencia exclusiva de un tercer Estado”. La Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco el 26 de junio de 1945, señala en su artículo 2 que “ninguna disposición de esta Carta autoriza a las Naciones Unidas a intervenir en los asuntos que son esencialmente jurisdicción interna de los Estados miembros, pero este principio no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el capítulo VII (amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión).

Pero por otra aparte, la tradición moral insiste en los vínculos de solidaridad de la colectividad política universal. Desde esta perspectiva, el uso de la fuerza se transforma en un instrumento de la justicia y la obligación de intervenir se transforma en un deber de solidaridad con las victimas de una grave injusticia.

Es indudable que las tomas de posición más significativas sobre el tema se deben al conflicto en la antigua Yugoslavia. Juan Pablo II, en diversas ocasiones, refiriéndose al conflicto de los Balcanes, condenó las reivindicaciones racistas y los nacionalismos ambiguos. Son significativas las palabras del representante de la Santa Sede ante la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), reunida en Praga el 17 de septiembre de 1992 que, sobre la guerra de Bosnia, declaró que “se trata de hacer entender a los beligerantes que la suerte de las poblaciones no depende únicamente de sus voluntades”.

En enero de 1995, en audiencia al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Juan Pablo II, recordando el drama de las poblaciones de Bosnia-Herzegovina, lo calificó como “el naufragio de Europa entera. Ni los simples ciudadanos ni los responsables políticos pueden quedar indiferentes o neutrales. Hay agresores y hay víctimas. El derecho internacional y el derecho humanitario son violados y esto hace necesario una reacción firme y concreta de la comunidad internacional”.

Es importante, en mi opinión, destacar que más recientemente, en abril de 2008, con ocasión del 60 Aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, Benedicto XVI, en su discurso ante las Naciones Unidas, consagró la doctrina de la injerencia humanitaria, que se ha convertido, según los analistas, en la receta del Vaticano en materia de Derecho Internacional. El Papa actual insistió, ante la ONU, en la “universalidad, indivisibilidad e interdependencia de los derechos humanos”. Y es que “todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias”. Cuando los gobiernos no cumplen esa función, o colaboran en la violación de esos derechos, la comunidad internacional, representada en Naciones Unidas, puede y debe actuar. Es el principio de injerencia humanitaria plasmado por Juan Pablo II.

Hay que señalar que Benedicto XVI no habla de un Gobierno mundial, sino de un derecho mundial para proteger al individuo. En definitiva, la comunidad internacional no debe sustituir a los Estados salvo cuando éstos no cumplen con su obligación de defender al individuo porque “la acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están en la base del orden internacional, no tiene porqué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía”.

Desde esa doctrina de la injerencia humanitaria, que no Gobierno universal, la Iglesia defiende el multilateralismo, que no el internacionalismo del Gobierno mundial. El Papa, incluso, no tuvo reparos en alinearse con los países medianos que piden la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, en especial, la supresión del derecho de veto de EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido.

Recapitulando, podríamos decir que por medio del “derecho a la injerencia humanitaria” se trata de implicar a la Comunidad Internacional en los asuntos internos de un Estado, cuando la autoridad de este país era incapaz de defender los derechos humanos o, más aún, es la propia autoridad quien los viola.

No se ha especificado hasta qué límite podría llevarse tal injerencia, pero dadas las situaciones en que principalmente era reclamada –Somalia, Bosnia-, puede deducirse que se trataría de una acción policial a escala internacional con todas sus consecuencias: desarmar a los delincuentes, aunque éstos sean Estados o ejércitos o bandas organizadas; si es preciso, usando la fuerza.

La doctrina ha resaltado dos motivos para justificar estas acciones (“Una nueva voz para nuestra época”, Departamento de Pensamiento Social Cristiano de la Universidad de Comillas):

a) Defensa de los derechos humanos, que son el elemento legitimador de los Estados;
b) Legítima defensa de la Humanidad, ya que hoy existe una tal interdependencia que cualquier hecho de esta naturaleza puede tener repercusiones más allá de las propias fronteras y es la Humanidad entera quien sufre las consecuencias.

Se puede hablar ya de una verdadera enseñanza de la Iglesia sobre esta cuestión, que podemos sistematizar en los siguientes puntos, siguiendo el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, de 2005:

1- En primer lugar, se trata del deber de proteger y ayudar a las víctimas inocentes que no pueden defenderse de la agresión: el bien de la persona humana debe tener la precedencia sobre los intereses de las partes en conflicto.

2- El principio de humanidad conlleva la obligación de proteger a la población civil de los efectos de la guerra, mínima protección de la dignidad de todo ser humano, garantizada por el derecho internacional humanitario, a menudo violada en nombre de exigencias militares o políticas.

3- Es necesario hoy lograr un nuevo consenso sobre los principios humanitarios y reforzar sus fundamentos, para impedir que se repitan atrocidades y abusos.

4- La Comunidad Internacional en su conjunto tiene la obligación moral de intervenir a favor de aquellos grupos cuya misma supervivencia está amenazada o cuyos derechos humanos fundamentales son gravemente violados: refugiados, grupos nacionales, étnicos, religiosos o lingüísticos amenazados de genocidio.

5- Los Estados no pueden permanecer indiferentes; al contrario, si todos los demás medios a disposición se revelan ineficaces, es legítimo, e incluso obligado, emprender iniciativas concretas para desarmar al agresor. El principio de la soberanía nacional no se puede aducir como pretexto para impedir la intervención en defensa de las víctimas.

6- Las medidas adoptadas deben aplicarse respetando plenamente el derecho internacional y el principio fundamental de la igualdad entre los Estados.

El pontificado de Juan Pablo II será recordado, entre otros hechos fundamentales, por esta aportación tan relevante al Derecho Internacional: el valor ético dado al derecho-deber de injerencia con fines humanitarios.


f- Juan Pablo II y el muro de Berlín


Señoras y Señores, he dejado para el final, como antes dije, la referencia al Muro de Berlín, como paradigma de la tensión entre los bloques Este-Oeste. No porque lo considere lo menos importante sino porque entiendo que constituye una de las referencias necesarias al Pontificado de Juan Pablo II desde cualquier perspectiva y más si se hace desde la perspectiva de su defensa de la paz y de los derechos humanos.

En estos días, donde las huellas dejadas en su solar patrio por el enfrentamiento ente las por Juan Pablo II denominadas “ideologías del mal” (es decir, el nazismo y el comunismo) -sin duda entenderán que me estoy refiriendo a Katyn-, se nos recuerdan con una emoción extraordinaria, es de justicia recordar el gigantesco esfuerzo desplegado por Juan Pablo II para que la Europa dividida, surgida de los acuerdos de Yalta y de Postdam no fuera considerada como intocable e irreversible.

Una Europa dividida por el Muro de Berlín y el conjunto del Telón de Acero, en la que los Derechos Humanos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas eran sistemáticamente ignorados y violados frente a la Ostpolitik, él contrapuso su propia política desde la convicción de que la dignidad del hombre exigía su libertad.

Entre la tan exhaustiva información referida al Muro de Berlín, con ocasión de los 20 años de su caída, se narra la cronología de los hechos y se analiza el porqué de los mismos. Sin embargo, no he encontrado una respuesta convincente a la pregunta que, entiendo, fundamental: ¿cómo es posible que todo un Imperio como el soviético, colosal en superficie, en habitantes y en potencial militar, se desintegrara sin que mediara ni una guerra, ni batalla y ni siquiera un sólo tiro entre los dos bloques que ese Muro separaba?

Esta pregunta tiene, si cabe, más sentido si recordamos cómo el comunismo conquistó Rusia tras una cruenta revolución –la bolchevique, iniciada en 1917-, y cómo sofocó y reprimió con tanques las insurrecciones de 1953 en la RDA, de 1956 en Hungría, de 1968 en Checoslovaquia o de 1970 en Polonia. ¿Qué sucedió para que nada de eso ocurriera en 1989 y que se precipitara, de esa forma, el principio del fin de la Unión Soviética y, con ella, del comunismo en las quince repúblicas que la integraban y en todos los países satelizados del centro de Europa?

Helmut Kohl se ha aproximado a la respuesta al decir que no encuentra una imagen mejor para describir la situación vivida en aquellos días que citar a Otto von Bismark: “cuando el manto de Dios pasa por la historia, hay que saltar y agarrarse a él”.

Pues bien, yo quiero referirme al paso de “ese manto de Dios” que señala el entonces Canciller alemán ¿Hay respuesta al porqué de ese paso? Pienso que sí y la respuesta –también desde la historia y la razón-, tiene un nombre: Fátima.

Soy plenamente consciente de que en una sociedad profundamente secularizada y racionalista puede sonar a provocador introducir esta variable –Fátima-, en el debate a la hora de buscar una explicación o una hipótesis de trabajo, que aporte más luz al misterio que rodea las extraordinarias circunstancias en que se produjo la caída del Muro.

El 13 de mayo de 1917, tres sencillos y analfabetos niños de la aldea de Fátima reciben una visita sorprendente: una “mujer vestida de sol”, que resultaría ser la Virgen, se les aparecerá en la Cova de Iria y les hablará de la “conversión de Rusia”. Para ello, el Papa deberá realizar la “consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, en comunión con todos los obispos del mundo”.

Hay que tener muy en cuenta que, por “Rusia”, en el contexto del mensaje de Fátima, se entiende una referencia geográfico-temporal al régimen ateo y anticristiano que allí se impondrá: en octubre de ese año, 1917, -el “octubre rojo”-, la revolución bolchevique tomará el Palacio de Invierno. Por tanto, la promesa de la Virgen sobre la “conversión de Rusia” ha de entenderse como la desaparición de ese régimen político. No es de extrañar, por tanto, que desde la izquierda en general y muy en particular por la cultura marxista predominante el pasado siglo, se descalificara todo lo relativo a Fátima de forma absoluta.

Tanto Pío XII como Pablo VI, en 1942 y 1967 –a los 25 y 50 años respectivamente de las apariciones-, dieron cumplimiento a la petición, aunque de forma incompleta pues faltaba el requisito de que la citada consagración debía efectuarse “en comunión con todos los obispos del mundo”.

Fue determinante el atentado que Juan Pablo II sufrió en la Plaza de San Pedro “precisamente” el 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima, para que realizara la consagración en plenitud. Este hecho marcó un antes y un después en su pontificado. Desde el Policlínico Gemelli, el Papa afirmó que “una mano había disparado el arma y otra mano había guiado la bala”. Desde allí mismo, ingresado, manifestó su voluntad de efectuar la consagración pedida.

Tras viajar a Fátima el 13 de mayo de 1982 y manifestarle sor Lucia –la principal de los tres videntes-, que seguía faltando el requisito de la unión con todos los obispos, el Papa se dirigió personalmente a todo el episcopado mundial. El domingo, 25 de marzo de 1984, en una ceremonia cargada de solemnidad y dramatismo, en la Plaza de San Pedro, abarrotada de fieles y ante la imagen traída ex profeso desde allí, Juan Pablo II realizó la consagración pedida. Impresiona ver las imágenes de la grabación de ese acto, ciertamente histórico.

Resulta “llamativa” la relación de hechos que se produjeron a partir del anuncio público de la consagración: tres Secretarios Generales del PCUS fallecen, sucesivamente, en muy breve espacio de tiempo: Brezhnev, Andropov y Chernenko. Luego, aparece en escena Gorbachov, quien dos años después de la consagración, era recibido por el Papa en su condición de Secretario General del PCUS. Era el primer dirigente de este nivel que pisaba el Vaticano.

El propio Gorvachov acaba de comentar al respecto que el continuando debilitamiento del liderazgo en la URSS por esos sucesivos fallecimientos fue decisivo para que la Perestroika se pudiera poner en marcha. Podemos recordar, también, que uno de las acepciones de “perestroika” es “conversión”.

Sólo falta añadir que tras la caída del Muro el proceso de descomposición de la URSS se precipitó de manera continuada. Dos años después, en 1991, el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, junto a los Presidentes de Bielorrusia y Ucrania, certificaron la defunción oficial de la URSS: era el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Resuenan los ecos de las palabras que, según consta en la documentación oficial, la Virgen le dirigió a sor Lucia: “… al final, el Papa me consagrará Rusia… y mi Inmaculado Corazón triunfará”. Pocos días después, el presidente Gorbachov dimitió: tras setenta años de comunismo, la bandera de la hoz y el martillo era arriada del Kremlin. Era el día de Navidad de 1991.

No debe sorprender, pues, que el Papa Juan Pablo II, el 13 de mayo de 2000, al proceder en Fátima a la beatificación de dos de los tres pastorcillos, ante un millón de personas, entre ellas la misma sor Lucia, diera públicamente las gracias a la Virgen “porque su mano, sin duda, había guiado todos estos acontecimientos extraordinarios vividos”. Tampoco debe sorprender que allí, en la explanada del santuario de Fátima se encuentre un trozo del muro de Berlín con una significativa inscripción.


g.- Conclusión.


Señoras y señores, concluyo.

Juan Pablo II se dirige a la Humanidad entera, pero somos los cristianos quienes debemos sentirnos especial y directamente interpelados por sus palabras. El Papa nos recordaba, en 1980, que “construir la paz es el quehacer de todos los hombres y de todos los pueblos pero para el cristiano, la paz en la tierra es siempre un desafío.

El cristiano debe dedicarse a promover una sociedad más justa; a luchar contra el hambre, la miseria y la enfermedad; preocuparse de la suerte de los emigrantes, prisioneros y marginados. Pero sabe que todas sus iniciativas son siempre limitadas en su alcance, precarias en sus resultados y ambiguas en su inspiración.

Solamente Dios, que da la vida, colmará la esperanza de los hombres llevando El mismo a cumplimiento todo lo que se haya emprendido en la historia según su Espíritu, en materia de justicia y de paz.” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1982)

Muchas gracias.